10/06/2006

UN DÍA DE LA SEMANA...

¡Qué libertad la del baile fúnebre

de un anacoreta!


Es viernes, lo que quiere decir que el jueves ha pasado a la fila de lo que fue. Después de un jueves hermosísimo, lleno de lluvia, de frío, de hojas húmedas, pavimento resbaloso, ventanas con rejas de agua, con vaho, con liviana felicidad. Casi siempre pretendo terminar mis jueves con un dejo de ansiedad; ansiedad que retomo el jueves siguiente y así sucesivamente, sino estaría muerta.

He detectado un patrón aterrador, los últimos jueves, he terminado llorando por diversas causas que con absoluta autoridad he decidido reservarme.

Últimamente he llorado tanto que podría extinguir un desierto. Nunca he sido egoísta con mi llanto, nunca he dicho esa frase idiota de: “he llorado tanto que me he secado”.

¿Cuándo se seca uno?, ¿Cuándo pasa uno a ser parte del grupo de los corazones de piedra?

Debo confesar que muchas veces he intentado ser miembro honorario de dicho grupo (si es que existe). Creo que debería empezar por aceptar que no soy tan fuerte o quizá no lo soy ni tantito. Muchas veces me molesto cuando lloro, pero lo que me molesta es el simple hecho de llorar por todo (estoy hiperbolizando, nótese), hasta hay veces que definitivamente no puedo dejar de llorar y me duele la cabeza, los oídos, el vientre, el pecho, pero no puedo dejar de llorar. Debería alquilarme de plañidera. Algunas veces me he dicho que lloro como un bebé; creo que no hay llanto más profundo y sincero que el de un niño.

Me excedo en llanto, en tristeza, en nostalgia, en melancolía, en absurdos, en insistencia, en desvelos, en ausencias, en caprichos, en mentiras, en comida, en torpeza, en dolor.

Pero el viernes ha llegado, con toda su vulgaridad y sus luces prostitutas, con su falsa alegría, con su convención, su algarabía.

El viernes borra la gentileza del jueves, la elegancia de su pertinencia, la sutileza de su atardecer, la benevolencia de sus espacios. El viernes se lleva mis lágrimas y a cambio me tira un pañuelo con agujeros, todo manoseado y ultraja mis cigarrillos, mi última llamada telefónica, mi última desesperación, mi último ‘te quiero’, mi última melancolía. Y se atreve a decir que hoy las esquirlas son de mantequilla.

***

Yoshimi

*

Lirva



creado a las 2:25 a.m.  | |

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Érase una vez una ciudad...

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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