7/10/2006

LA CULPA ES DE VOLTAIRE


Ma petit chose:

En estas noches te pareces a Venus,

eres pequeña y hermosa

como una estrella fugaz.

Juys


Él está pensando en ti, aunque también un poco en Weber, Kant, Montesquieu, Voltaire, Lutero, Marx, Engels, Lenin y en Erick Hobsbawm. Y la Teología se interpone entre el café y un beso amoroso, repasas las notas de tu lección de francés y te encuentras con una serie de signos que acabas de descubrir, no entiendes nada y optas por arrinconar debajo del periódico todo lo relacionado con esa lengua.

A lo lejos escuchas el pulsar del teclado. No vislumbras perfectamente bien si es un ensayo sobre la Contrarreforma o sigue escribiendo su novela. Decides darte un baño, suena el despertador y el perro se esconde debajo de la cama, le pides ayuda. Él no deja de pensar en ti, aunque…te lo repites una y otra vez mientras recuerdas el vestido que dejaste en la lavandería. Vas rumbo a la puerta y encuentras junto a la lámpara un papel que dice: El siglo histórico no es lo mismo que el siglo calendario, es decir, no se ajusta exactamente a lo que es la centuria. Un siglo histórico tiene más que ver con el significado del mismo. Y te invaden los celos, Hobsbawn no sabe nada de tus ausencias, de lo incesante de tus días y él pretende que acortes o alargues la levedad del siglo que te tocó vivir. Y la historia sólo es una fecha para ti, donde todo empieza y donde todo termina, más de una vez quisiste ser lineal; 1996 fue un año monumental, después regresaste por tres días a 1988, sólo pudiste recuperar dos discos de Led Zepellin, regalo de tu tío Estaban y un par de zapatillas rojo carmín. En el 2000, intentaste tapizar el estudio de Juys, dejaste esa insistencia de entrometerte en su vida cuando al mover una caja sorprendiste un crucifijo coqueteando con Mahoma o el fanatismo, fue tan desmesurada su actitud que no quisiste interrumpir, te sentiste fuera de lugar, ajena al espacio y la intimidad inminente que te escupía en la cara tu falta de sentido común. Cuando un cuarto está lleno de cajas, apiladas estratégicamente para sólo dejar un breve espacio entre ellas, no se debe irrumpir tratando de molestarlas, es más peligroso lo que hay debajo de ellas que dentro de ellas, ya que puede suceder el caso de “la caja vacía”. Como en 1992 cuando leíste que un anciano en Kansas permaneció metido en una caja de cartón hasta que murió de hambre. Cuando su casa fue derribada por una tornado, encontró sus veintitrés cajas de recuerdos esparcidas por todos lados, al abrirlas descubrió que estaban completamente vacías, el tornado sólo logró llevarse su cama y el televisor, así que no era pertinente enjuiciar a un montón de viento y tierra. Fue tal su impacto que permaneció tres días sentado sobre lo que alguna vez había sido el techo de su casa, y es que setenta años vacíos, enmudecen a cualquiera. Posteriormente declamó: Entro en este espacio diminuto como única muestra de mi vida, yo soy todo hombre y toda memoria, toda existencia y perennidad. Y me guardo cuidadosamente como se guarda la vida entera en una caja.

Delicadamente intentas imponerte ante Juys y decirle que recordaste aquel artículo del anciano en una caja, que preparaste café y tostadas con miel. Que deberían pintar la casa y comprar otro sofá. Él te mira y pregunta por el francés, pretendes sofocarlo con la mirada, pero repentinamente retoma su actividad habitual. Y te mueves entre hojas amarillas y olor a viejo, miras de reojo a tus rivales, acomodados religiosamente en su estante y sorbes tu café.

Timbra el teléfono y corres a contestar como una niña que espera el domingo para comer nieve de limón; al otro lado de la bocina una mujer pide que la comuniques con Juys, tú la desatiendes y le gritas a Juys que conteste el teléfono. Titubeas un poco y decides no colgar, esperas que esa llamada sea delatadora, que descubras un engaño novelesco, una esposa abandonada y con dos hijos que dejó Juys para irse a vivir a París, una amante joven, complaciente y dadora de una pasión embriagadora que Juys ha perdido contigo, otra estrella fugaz o quizá una agente secreta involucrada con él y que te lleva de ventaja un menudo cuerpo y un automóvil último modelo. Sin embargo, sólo escuchas: necesito ese ensayo a las cinco de la tarde, es urgente, Juys.

Un halo de decepción invade tu rostro. Es definitivo él sólo piensa en ti y sólo te conformas con pensar que la culpa es de Voltaire.





Robertha Mayer

creado a las 6:15 a.m.  | |

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Érase una vez una ciudad...

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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