Permaneces con un incesante silencio, como si el canto de los grillos o el de las sirenas te enmudecieran.

Y las olas no dejan de venir y las aves de picotear. Todo al fondo se llama horizonte, todo al norte se llama futuro. Los pies se deshilan y ni siquiera sonríes. Permaneces con un cigarrillo encendido. No puedo evitar preguntarte la hora, mueves tu mano derecha y señalas hacia la ventana, claro, anochece.

El gato maulló de dolor, el sol lloró su genista por última vez. Con desdén rozas el lateral de mi pierna, te miro y absorbo tu humo. Caeremos en la cama, tú sobre mi, yo sobre ti, cuidándonos de no caer al suelo. Desdoblarás mi cabello, te gusta verlo desordenado. Romperás en un suspiro, te inclinarás con un beso de premio y mirarás detrás de mis ojos. Y tus piernas jugarán a esquivarme, abrirás mi boca con tu lengua e inhalarás lo último que queda de mí. Me darás tu mano, la otra permanecerá inmóvil, querrás besarme y huiré, querrás entrar, seguramente despacio, quizá hasta el fondo. Y te sonreiré, me haré de ti, sabré no decir nada, sabré moverme al compás.

Los lobos todavía cazan, la liebre salta, los trenes se detienen.

Comerás detrás de mis orejas, lamerás sobre piel y arena. El cándido olor se esparcirá, ¿soy tal cómo esperabas? No te preocupes, no lo dije en voz alta.

Y las estrellas te iluminan, esta noche viene el final y mientras me trago tu humo, recojo tus cristales, envuelvo los ayeres, desbarato las danzas, me despido de tu sonrisa, despilfarro mi última alegría.

Y la hembra mira al macho, se cantan en silencio, se lamen las comisuras, rugen y se dan la espalda.