12/07/2005

ALGO MÁS DE LA NOVELA: EL INICIO


CAPÍTULO I

SENTADA EN EL SOFÁ VERDE

Cada camino hacia su casa era de una penumbra aterradora, las calles parecían fondos de botella que no llevaban a ninguna parte. Varias veces me detenía en una banca oxidada y dirigía mi mirada hacia los columpios carcomidos por el tiempo; me hundía por el césped crecido y abandonado por los encargados del parque. Alfa desviaba su atención al pequeño juego de té, regalo de su tía Asunción en uno de sus tantos viajes a la India. Asunción predicaba que mientras existieran juegos de té caros y exóticos el mundo podría hacer con su curso lo que le viniera en gana. Predicación que ni Alfa ni yo entendíamos a ciencia cierta. Mientras Alfa contemplaba con minuciosa atención las diminutas tazas, platos y cucharas, por mi cabeza pasaba una simple idea tajante y por mucho egoísta- si en este preciso momento ella se fuera a la mierda, regresaría absolutamente toda mi vida.

Leyendo aquella nota de marzo de 2002, las memorias anteriores a aquel otoño infernal cobraron vida. Tenía más de ocho meses de no saber nada de Alfa, hice extraviado mi celular para no tener la tentación de llamarle. No es justo que uno se detenga a recordar con tanta frecuencia, sentada en una banca del parque, afuera de una nevería, en un andén del metro dirección Taxqueña, debajo de las cobijas, detrás de una puerta desvencijada, en las luces de la noche. Se dice que nuestra vida está hecha de recuerdos, buenos y malos momentos y que sería peor si no pudiéramos recordar nada de nuestra vida, pienso infinidad de veces que daría un riñón o una cornea si pudiera por tan sólo un instante borrarla toda.

Veo que nada ha cambiado, ese sofá verde sigue ahí, las paredes necesitan pintura nueva y alegre, la cocina está atestada de cucarachas y dos refrigeradores inservibles y estorbosos; no puedo cambiar las sábanas de mi cama porque son las únicas que tengo. Esta casa es sumamente fría, he pensado en mudarme, pero no me han pagado el bono de verano que me prometieron puntual y con un carguito extra. Esta maldita soledad que no se va, esta casa mediocre y abandonada; este pinche exilio. No sé que cigarros comprar, uno no puede sentirse más extranjero si ni siquiera sabe qué cigarros comprar.

En la radio transmitían un partido de fútbol, Santinbanco contra los Tucanes Alasprietas, el comentarista balbuceaba una enorme serie de nombres y números, Sebastián López le da un pase a Titito Chaval y los Tucanes Alasprietas anotan su tercer gol en el minuto treinta y tres del primer tiempo. Yo deambulaba de un extremo a otro de la pequeña sala-comedor de mi casa, la radio encendida, la televisión con mute y los gritos desgarrados de mi vecina Dolores, que tengo la firme idea que nació y tiene como único objetivo en la vida joder a la humanidad con ese pinche timbre afilado de voz que la vida le regaló. Sin proponérmelo, tanto Dolores, doña Esther, Pablito patinetas-rodillasraspadas, Lupus y Margarita Sueños-rotos se habían convertido en mi familia.

Mis padres eran amantes fervientes de la tortura psicológica y física, ellos lejos de mi vida hacían mi estancia en la tierra un espacio más viable y despreocupado. Dolores kikirikeba todas las noches después de las diez para preguntar si yo ya había llegado a casa, Margarita me sonreía coquetamente cada vez que me topaba con ella en la puerta, con recato y cadencia al mismo tiempo me dejaba entrever su tendencia gay, a lo cual yo sin ningún interés correspondía indiferente y silenciosa. Pablito Patinetas-rodillasraspadas era como mi hermanito menor, pero un hermanito bastante pervertido, a sus escasos dieciseis años me lo tiré un par de veces junto a los lavaderos y una vez más como se manda, en la cama de sus papás; ambos guardábamos distancia frente a doña Esther, progenitora de Pablito Patinetas y portera del edificio.

Lupus era un español que añoraba todo el tiempo con regresar a su patria de la cual sus padres se lo habían traído cuando tenía tres meses de edad. Me invitaba todos los jueves a tomar café en su casa mientras me leía una pila enorme de manuscritos que había escrito en su juventud, yo no le ponía atención, me distraía la enorme colección de poesía francesa que tenía, miles y miles de libros raros y en lenguas ajenas totalmente a mi. Le conté un día a Alfa que Lupus me daba la impresión de un Quijote malogrado del siglo XXI, platicaba horas y horas sobre sus textos que llevarían al mundo a un desarrollo y una conciencia suprema, su lucha social no sería vencida por unos cuantos monigotes, dueños bastardos del poder. Cuando se le subía el Beaujolais era más cachondo, se había tirado a casi todas las putas de la ciudad, las de Tlalpan eran sus “niñas”, como le gustaba decirles.

Alfa se recostaba en mis piernas y sonreía con deseos perversos de llevarse al inocente de Lupus a la cama, bueno ella se llevaba a la cama a cuanto ente en movimiento se le atravesaba. Ella pensaba que Lupus era un pobre mendigo necesitado de calor femenino urgente y siempre dispuesto, se sentía la salvadora de los penes desvalidos y de los corazones descocidos o mal zurcidos. Pero yo iba a casa de Lupus todos los jueves a impedir que Alfa le rompiera el corazón; era lo más lejos que podía llegar en mi maldad, impedir un absurdo y asqueroso encuentro.

La medianoche despertaba y los relojes del comedor no marcaban ninguna hora. El tren estaba varado debajo de la almohada, los árboles rechinaban. Una mariposa se suicida y en el otro lado del globo terráqueo alguien cierra un libro y una anciana se tira por la ventana. Yo desdoblo esta nota y el cómplice del libro piensa en mí. El sofá verde…Alfa llama a la puerta.

Robertha Mayer

***
Sí, es el primer capítulo de una novela inconclusa, pero que tendrá fin; le he dado muchas vueltas al texto y es muy difícil hablar de mi obra, bueno de ésta en particular. Es mi proyecto amigo, cómplice, amante, compañero; también enemigo. Lo comparto con ustedes, mis queridos lectores y amigos por ser algo muy importante en mi vida. Se reciben recomendaciones, halagos, maripositas de la suerte,etc.; este también es su espacio. René dice que entre más grande es el post menos lo leen, pero yo que soy una mujer que aún conserva una pizca de fe, creo que mis lectores son aventureros y leerán de principio a fin todo el post; y si no se sentirán culpables al leer esta nota,Muahahaha, jejejejejeje. Abrazos***



Robertha
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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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