10/20/2005

APUNTES SOBRE UN AMOR



Casi nunca hablo o escribo sobre lo cotidiano; un par de posts se maquillan de realidad y muchos otros dibujan sentimientos absurdos y perturbadores, que invaden a esta pequeña y ausente noctámbula la mayoría de las veces. Para qué escribo, para qué trato de reflejar cientos de ideas que no quieren dejar en el tintero. No cuesta trabajo decir y decir; hablar por hablar de los sucesos cotidianos suele ser la cosa más ordinaria y fácil que pueda existir (que pueda contener un blog), pero resulta que cuando me siento frente a mi Compaq 7550, frente a la abominable hoja en blanco de Word, las ideas y los sentimientos me intimidan y resguardan detrás del corazón, un poquito a la izquierda, a tres centímetros del abismo arterial. Es tan difícil convencerlos para que salgan a tomarse un café con su humilde servidora (yo), que les sirve de condominio un tanto desgastado.

Comencemos con sacar un tema muy desgastado y lugar común: no se emocionen y piensen que este post será mi máxima creación escribana, es más, pueden ir al baño o salir a tomar el fresco, regresar, cambiar de página y leer otro blog.

El amor, ese instrumento mortífero, animal cazador y liebre cazada. Muchos han intentado definir que fregados es esa cosa cálida, con arena en las orillas y gelatina de frambuesa (eso me suena a un trabajo escolar de quinto de primaria, cuando te dejan hacer una célula de gelatina para exentar la clase de Ciencias Naturales). Lo único que noto en estos momentos de mi vida es que estoy enamorada, tranquila y apasionadamente enamorada, con cielos debajo de la almohada, con lunetas que me sirven de estrellas al medio día; enamorada como esa sensación que nos deja un bocado del pastel más rico del mundo, como los silencios que dejan las memorias placenteras y las risas infantiles de una treta bien realizada, como los pasitos de baile de las hadas vespertinas que bajan al compás del atardecer.

Últimamente, me he dedicado a percibir todo a mi alrededor, a dejar que la tristeza me invada hasta llegar al grado de sentir el final. Que la alegría sea burda y presumida, que sea coqueta y ambiciosa, que me llene y me vacíen en un instante. Que los ingratos y venideros fantasmas antiguos se carguen de odio y desprecio y me dejen deshilachada. Poco a poco me vuelvo más humana y al mismo tiempo más fuera de este mundo. Poco a poco me dejo de llevar y escucho la música angelical a lo lejos; muy a lo lejos, pero la escucho.

Despacio regreso al origen del sentimiento; me preparado un té de canela y leo a Villaurrutia, a Cortázar, a Calvino, a Martí, a Lorca, a Machado, a Sabina, a Saramago… A ese regreso esencial de la Robertha humana y vulnerable, sedienta y guerrera, amante y asesina, despiadada y benévola, mentirosa y leal, culpable y absuelta. ¿Qué me hace desperdiciadamente así? Respirar tú aroma todos los días, comernos las entrañas con miradas enamoradas, reír de las ligeras y
pasajeras estupideces, y escuchar de la boca de mi amante un: “Te amo”. Así de simple y banal, así de precario y absurdo, así de cursi y austero. Así de total y sincero; así de pleno.




Lirva
creado a las 4:07 a.m.  | |

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Érase una vez una ciudad...

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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