9/28/2005

PUTREFACCIÓN





La princesa lloraba debajo de las hojas de su balcón.
Todos se despedían de La Condesa que agitaba su manto y emitía un desagradable aleteo nasal.

Ella, postrada desde su ventana miraba la puesta de Soliluna; aquella le saludaba, le cantaba y respiraba jadeante mientras sobre la cuna lloraba un niño olvidado. La princesa, despacio y ligera se abría en coloquio con su miembro. Ya dejó la sonrisita infantil. Se agitaba, se mecía, se esparcía, se montaba, se giraba, se lamía, se crujía, se aventaba, se volteaba, se dejaba; te dejó. La sientes y carcomes todo a tu paso; me hueles, me sientes, me comes.

Te alejaste susurrando todo rubor nocturno; los buitres han venido por el postre. La princesa se miraba detrás de la ventana, sentía las cadenas; había llegado la hora. Picotea uno, después otro, uno más, se esparcen las membranas, toda ella es un mar rojizo, putrefacto, espantoso, inconcebible. La princesa sonríe y con un tenue gemido descansa. El cuento vendrá por ella mil años más.


Robertha Mayer
creado a las 1:09 p.m.  | | Sin ecos

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Érase una vez una ciudad...

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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