9/08/2005

LEJOS DE CASA...

Tenía diecisiete años cuando el huracán llegó. No recuerdo perfectamente los hechos, que era antes o después, pero a fin de cuentas no es necesario ser tan precisa en esto.
Mi vida transitaba entre fiestas y cafecitos en la noche con los amigos (íntimos); estaba a punto de terminar la prepa y decidir que carrera elegir para encláustrame cuatro o más años de mi vida estudiando, lo que se suponía iba a ser para toda mi pinche vida. Mis padres mientras vociferaban palabras como “eres una vaga”, “irresponsable”, “mediocre”, “puta” y otras tantas por el estilo.

No sabía exactamente a qué se referían, pues cumplía con la escuela y era una chica medianamente independiente, por lo menos mi madre no tenía que comprarme la ropa interior o las toallas sanitarias ni lavarme la ropa. El caso es que era insoportable vivir en mi casa. Para desgracia de mis padres (mejor dicho de toda mi familia) me había hecho de un grupito de amigos: A, G, N, D, E, V y un novio (R) en cual era ex novio de A. Los días de reven fueron incrementando, las noches en vigilia eran de lo más divertidas, entre juegos absurdos y confesiones etílicas, pasábamos el rato. En casa de los señores la intranquilidad imperaba, dónde podrá estar la niña, por qué no llega, es tardísimo, pinche encluincla…

Yo intentaba andar sin preocupaciones, pero cada vez que llegaba a casa eran gritos y piruetas de enojo, que durante esos años eran el pan de cada día. Cada proyecto que tenía en mente era saboteado por mi familia. Mis dos hermanas de puta no me bajaban, de presumida y soberbia, de inconciente y vale madres. Mis padres no aceptaban que estudiara Letras, decían que era estudio para huevones y para pachecos, en lo segundo tenía razón. A mi novio no lo aceptaban, decían que era un prepotente, mamón, infumable, grosero, ex de mi mejor amiga; que yo era una quita novios. R peleaba mucho con ellos y los señores llegaron al grado de prohibirme verlo (bien medieval).

Se los juro, mi vida era un infierno. Con R las cosas andaban de lo más lindo, era una relación de cuento de princesitas (aunque ahora que recuerdo no sé quien era más princesita, él o yo). Nunca había estado tan enamorada, tan feliz, tan, tan, tan. Mi familia desesperada comenzó a utilizar la violencia física (toda ella). Cuando llegaba a casa pasadas las diez o un poco después, era de ley un manazo en el brazo o gritos y gritos. Hasta ahí creí que la cosa iba a calmarse.
Ya en la universidad, mi mundo se transformó totalmente, llegar a máximo recinto de la Letras, el Pensamiento, los Humanistas, etc., ejerció un poder muy fuerte en mí. Mis hábitos fueron cambiando, mis rutinas y horarios, cosa que a mi familia le disgustó bastante. Para consuelo de mis padres traté de hacer caso a sus peticiones (exigencias), pero la situación ya era incontrolable, habíamos desatado la furia de las furias.

Un día de septiembre de 2003, las hojas bailaron ligeras y tristes. Desayuné cereal con plátano y un jugo de naranja. En la televisión no había nada (era sábado, los sábados nunca hay nada en la programación de televisión). Tranquila me metí a bañar, lavé mi cabello lento y con cuidado, mis lágrimas se confundían con las gotas que brotaban de la regadera. Me vestí (recuerdo que fue un pans azul, del cual ya no he sabido nada). La tarde se hizo presente y como una bola enorme de nieve, comenzó.

No recuerdo exactamente que fue lo que detonó la discusión, sólo recuerdo que estaba en medio de mis padres tratando de explicarles que ya no quería pelear, que entendieran que no estaba haciendo nada malo. De pronto traté de salir de mi cuarto y mi madre me detuvo, con una mirada desequilibrada me decía que le iba a hacer caso por la buena o por la mala. Mi padre decía que no tenía derecho de usar el teléfono ni de salir con R ni con mis amigos, que no me iba a dar dinero, etc. Con los dedos de mi madre lastimándome los brazos logré escapar, pero no duró tanto pues mi padre me alcanzó en la puerta y a punta de patadas me metió a la casa. Confieso que las imágenes de aquella tarde son muy borrosas. Mi madre me tiró al sillón, soltó dos bofetadas como hechas por las manos de Lucifer, mi hermana mayor me arranco uno que otro cabello, mi padre me levantó débil y aturdida y cerró aquel gran espectáculo abriéndome el labio con un magistral golpe en la cara. La otra imagen clara que tengo es de color rojo, era la sangre que brotaba mientras trataba de incorporarme para demostrar que hay dolores más fuertes que los golpes, para demostrar que ante todo hay heridas peores que nunca se desvanecen del todo (pues el labio con unos puntitos y dos semanas de cuidado sanó perfectamente). Cuando logré levantarme mi padre en señal de caridad me ofreció una servilleta para que me limpiara. Mientras me resistía a llorar, mi hermana me grito que me odiaba y que ojala me fuera lejos. Mi madre desapareció llorando y diciendo que estaba muy decepcionada de mí. El padre trató de abrazarme y totalmente fuera de mí, como un fantasma trasquilado sólo logré decir ¿qué hice?

De pronto me quedé sola en la sala. Con las manos temblando y vacías, con la mirada lejana y triste, con el corazón desecho y podrido, con la sangre amarga y aterradora, me levanté, miré mi casa por un par de segundos, mi sobrino de ocho o siete años, se apareció en las escaleras y me dijo “ya no llores, te quiero mucho”, lo miré e hice una mueca; por un instante me detuve y le dije – Nos vemos Gorrión-



(La continuación de mi aventura puede resumirse aquí o quedar pendiente)

* * *

Han pasado casi tres años de aquella tarde, a veces por las noches se nublan mis recuerdos y trato de verme sentada en una montaña mientras contemplo margaritas. No juzgo a nadie ni guardo rencor. Pude perdonarme y perdonar, sanar mis cobardías y mis errores. La vida me ha sabido recompensar con mucho amor y alegría. Nada se olvida, pero se supera, nada ha vuelto, pero se queda. Pasé veloz y ligera mientras el pantano trató de mancharme; hoy visto de blanco y veo a mi madre hacer la comida, a mi padre viendo televisión, mis hermanas hablando en otra lengua, mi sobrino dándome más besos que nunca y me siento frente a un libro y mirando el sol, mientras tomo una taza de té y guardo esta historia en un pequeño baúl.


Robertha
creado a las 3:33 p.m.  | |

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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