9/14/2005

LA RAYUELA


¿Encontraría a la Maga? Esa fue la pregunta que me transportó por un universo infinito, inesperado, imaginario, insostenible, hilarante, inquietante; simplemente hermoso.

Cuando abrí por primera vez ese libro enigmático, yo estaba sentada afuera de la Casa Julio Cortázar en Guadalajara, había ido al Coloquio que se organizó para conmemorar el 20 aniversario del fallecimiento de Julio. Durante tres días estuve invadida de toda su obra, películas, música (jazz), libros, lecturas, conferencias, etc. Los cronopios pasaban corriendo junto a mí, los famas nos veíamos y con una mirada penetrante movíamos la cabeza mientras los verdecitos brincaban y volaban como libélulas. Las esperanzas caminaban.

Yo fui con un número reducido de amigas, sólo dos; además, formamos el triángulo perfecto, una Fama, un Cronopio y una Esperanza, sin querer, reparamos en eso en el viaje de regreso.

En todo el coloquio se comentaba de Rayuela, había leído más libros de Cortázar, pero Rayuela no, no confesé tal deshonor a la gente que bajo las circunstancias topamos en ese coloquio, pues era vergonzoso, todo mundo era de Rayuela para acá y Rayuela para allá, yo con la cabeza en alto sólo sonreía, era lo único.

Después de una larga, larga caminata llegué a la Casa Julio Cortázar que se inauguró en ese mismo evento, estaba cerrada, eran las cinco de la tarde, hacía un poco de frío y no llevaba suéter, la calle estaba completamente sola y lo único que tenía en las manos era la Rayuela, con algo de temor (pues decía que aún no estaba preparada para leer ese libro) y una emoción que hasta la fecha no he podido olvidar ni mucho menos explicar, llegué al tablero, “A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros…”Y me invitó a pasar al capítulo 73, no al 1, eso me dio un poco de risa y de pronto, comenzó.

“Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para vivir durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos.” (73, Rayuela)

Fue imposible no seguir avanzando ante tales palabras, cayeron como una lluvia de pétalos después de noches enteras de cristales hirientes, una bandada de luciérnagas en la oscuridad, líquido en la absoluta sequía. No puedo olvidar ese momento, y cuando se apareció la Maga, lloré. Pueden tacharme de cursi y apasionada, pues sí, lo soy.

Rayuela se convirtió en más que un libro que leí de ocasión, en más que una obligación o un instrumento para socializar con compañeros de la facultad; se convirtió en un pequeño diario de glorias y derrotas, en un fiel compañero de lunas rotas y canciones de antaño, en los juegos y andanzas de cada mañana. No pude soltarlo y mientras pasaban las páginas de forma natural me hundía más y más en esa lectura; defendiendo la huída de la Maga, despreciando a Oliveira, sintiendo ternura con los clochar, divirtiéndome inmensamente con Berthe Trépat, viajando con Talita y Taveler, añorando el Club de la Serpiente, queriendo salir de Montevideo, comprar un elefante gigante, pararme en algún puente; no querer a Ricardo, él fue el culpable, él me regaló Rayuela una tarde frente a un té de manzanilla y un agua mineral, debajo de un bello café en Coyoacán, la dedicatoria estaba al revés y decía”¿Quiénes son los locos? , en su momento no cobró sentido, pero después…

Quería despedirme de ese remedo encantador de Oliveira, no dejar escapar un cigarro bajo la lluvia, quería no querer. No puedo afirmar que fue una balsa, no lo puedo negar.
Cada vez se fueron haciendo más complicados los capítulos, más intensos, más lentos; el 7, el 28, el 32, el 99, creo que son los más claros que tengo, los más dolorosos e impresionantes, los más profundos y hermosos.

Y la Maga no aparecía por ningún lado, no estaba, o quizá nunca se había ido y no podía verla. No sé como hablar de Rayuela, quizá digo todo lo que ya se ha dicho, quizá caigo en ese sentimentalismo y ese lugar común que tantos odian, Rayuela como único libro bajo el brazo; creo honestamente que no soy cualquier persona que trae ese libro bajo el brazo, es más nunca lo leí fuera de casa, no lo quise viciar, fue tan íntimo que no lo quise compartir. Recuerdo que uno de los insultos más grandes (sino es que el único) que me han hecho en toda mi vida fue decirme Pola, una noche después de unas cervezas, Anelí (un ángel y un demonio de ex amiga, la historia queda reservada para después) la ex novia de Ricardo, entre risas y tabacos me dijo “Cállate, Pola”, todos los que nos acompañaban esa noche, hicieron mutis, ella comenzó a llorar y yo indignada, pero nunca enojada, la consolé.

Con el paso de los años se quedó en el recuerdo, en ese lugar feliz, como dice Sabina, “Al lugar donde has sido feliz, no debieras jamás de volver”. Las lecturas han llegado y se han ido, unas cuantas se han quedado, me han movido el piso maravillosamente, me han sacado carcajadas memorables, lágrimas ácidas y otras tantas dolorosas y alegres, muecas de desagrado y hasta náuseas, inspiración y flojera, sentimientos espeluznantes y profundo amor, pero nunca, nunca como la sensación de una tarde lluviosa en París con un mate, unos amantes, y una teja, una piedra y la punta del zapato.


Lirva
creado a las 1:40 p.m.  | |

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Robertha Mayer
Mi vieja ciudad

Soy hipocondriaca, soberbia, adicta a los lacteos, gemela de mi otra hermana, mi tipo de sangre lo desconozco, el teléfono me lo ahorraré, mal-vivo en una ciudad desolada, soy disque universitaria, no me defino como poeta maldita, sólo escribo frases cortas.


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