El Estridentismo fue un movimiento artístico surgido en la primera mitad del siglo XX (1922). Algunas de sus figuras más representativas fueron los poetas Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y Salvador Gallardo.
El estridentismo se caracterizó por dar vida a tópicos de la ciudad, la industrialización y las vías de comunicación, para dar con ellas la realización de temas muy esenciales como el amor, la amistad, etc. Es por eso que se tienen poemas de profundo amor en un entorno totalmente urbano y rodeado de máquinas. El movimiento no tuvo mayor fuerza entre la comunidad, pues tanto en la plástica como en la literatura no tuvo tanta trascendencia su trabajo; lo que es más característico y relevante del estridentismo es su actitud irreverente y una profunda búsqueda con la modernidad y encontrar un dialogo común con su entorno o a veces en constante competencia con ese mismo entorno generador.
Y como una muestra de grata rebeldía y subversión contra las convenciones sociales, religiosas, literarias de aquellos tiempos y políticas, los estridentistas salieron al grito de: ¡Viva el mole de Guajolote! (el cual durante algún tiempo formó parte fundamental de mi vida y formación).
Además los estridentistas se hicieron de un espacio (tomado a la fuerza por Maples Arce y con todas las características estridentistas, jejeje) “El Café de Nadie” sitio de reuniones de todos esos artistas (pintores, escultores, escritores y de más máquinas de la época). El Café actualmente sigue en pie en la Ciudad de México (nota que se ampliará en un post posterior) y sigue siendo un lugar lleno de magia.
List comentó alguna vez: "En nuestro tiempo los estridentistas fuimos mal comprendidos, principalmente por los Contemporáneos; siempre nos tomaron como un grupo que se burlaba de la poesía. Ni les pasó por la cabeza que la belleza poética pudiera hacerse más libre.”
Y para muestra aquí tienen un poema de Maples Arce, incluido en su serie de Andamios Interiores:
PRISMA
Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
Margaritas de oro
deshojadas al viento.
La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!
Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.
Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
Y la locura de Edison a manos de lluvia!
El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las orejas sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.
Mis nervios se derraman.
La estrella del recuerdo
naufragaba en el agua
del silencio.
Tú y yo
Coincidimos
en la noche terrible,
meditación temática
deshojada en jardines.
Locomotoras, gritos,
arsenales, telégrafos.
El amor y la vida
son hoy sindicalistas,
y todo se dilata en círculos concéntricos.
Trato de nivelar el semáforo
(Sin notas, sin balcones, sin un camión)
Y caigo desangrada bajo el concreto
mientras un taladro navega enfurecido
por los aparadores de sus recuerdos.
Distante y evasivo marca el sonido
de un taxi que hace esquina mientras
para y difumina las naves donde
paso a paso terminan en el mismo Café.
Robertha Mayer
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